Ilusión de control: 5 evidencias científicas de que tu cerebro decide antes que tú

Mono Humanizado

Imagina esta escena, típica de nuestro querido Puerto de Veracruz o de cualquier ciudad ajetreada de México: vas manejando, hace calor, tienes prisa y de repente, un taxista se te cierra bruscamente. Antes de que siquiera puedas pensarlo, ya tocaste el claxon, soltaste una frase florida y tu corazón está a mil por hora.

Segundos después, te justificas: «Es que él tuvo la culpa, maneja terrible». Crees que tú decidiste enojarte y tocar el claxon. Pero, ¿y si te dijera que esa ilusión de control es solo una historia que tu cerebro te cuenta después de haber actuado?

A muchos nos cuesta «que nos caiga el veinte», pero la neurociencia y la psicología cognitiva llevan décadas demostrando que el piloto automático es quien realmente hace la chamba pesada, mientras que nuestra conciencia es apenas un pasajero que cree llevar el volante. Hoy vamos a desmontar el mito del control consciente y a entender por qué tu cerebro te engaña para mantenerte cuerdo.

Ilusión de control

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1. El retraso de la conciencia: Libet y el medio segundo perdido

Para entender la ilusión de control, tenemos que irnos a los datos duros. En los años 80, el neurocientífico Benjamin Libet realizó un experimento que sacudió los cimientos de lo que llamamos libre albedrío.

Libet pidió a voluntarios que movieran un dedo cuando ellos quisieran. Descubrió que la actividad cerebral preparatoria (el potencial de disposición) comenzaba unos 300 a 500 milisegundos antes de que el sujeto fuera consciente de su deseo de moverse.

Esto es brutal. Significa que cuando tú dices «voy a mover el dedo» (o «voy a gritarle a ese conductor»), tu cerebro ya había tomado la decisión medio segundo antes. Como explica David Eagleman en Incógnito, la conciencia es como el CEO de una empresa gigante que se entera de las decisiones cuando ya se tomaron en la planta baja. La ilusión de control radica en creer que el memorándum que leíste fue idea tuya, cuando en realidad fue un proceso automatizado.

2. El «Mono Humanizado» y el marcador somático

Nos gusta pensar que somos seres racionales, pero en el fondo seguimos operando con un sistema operativo antiguo. Imagina a tu cerebro como un Mono Humanizado: tiene traje y corbata (corteza prefrontal), pero debajo sigue siendo un primate asustado (sistema límbico).

Antonio Damasio nos habla del «marcador somático». Antes de que puedas razonar si una inversión es buena o si esa pareja te conviene, tu cuerpo ya reaccionó. Un nudo en el estómago o una aceleración cardíaca son decisiones tomadas por tu biología basadas en experiencias previas.

La ilusión de control se rompe cuando entendemos que no elegimos qué sentir. Como diría Lisa Feldman Barrett, las emociones son construcciones que tu cerebro fabrica para predecir y ajustar tu presupuesto corporal, no reacciones que tú eliges del menú. Si tienes hambre o sueño, tu «Mono Interior» verá amenazas donde no las hay, y tu conciencia racionalizará ese mal humor inventando una excusa lógica.

3. Disonancia cognitiva: El abogado defensor del ego

¿Por qué es tan difícil aceptar que no tenemos el control? Porque la alternativa nos aterra. Aquí entra Leon Festinger y su teoría de la disonancia cognitiva.

Cuando actuamos por impulso (ese grito en el tráfico o comer ese pastel que no debíamos) y eso choca con nuestra autoimagen de «personas controladas», se genera una tensión incómoda. Para aliviarla, el cerebro inventa una narrativa.

  • Hecho: Comí pastel aunque estoy a dieta.
  • Disonancia: «Yo tengo fuerza de voluntad, pero fallé».
  • Solución (Ilusión de control): «Bueno, es que tuve un día muy pesado y me lo merecía».

Como señala Michael Gazzaniga, el hemisferio izquierdo funciona como un «intérprete». Su chamba es crear una historia coherente sobre el caos de nuestras acciones automáticas. Nos mentimos para sentirnos dueños de nuestro destino.

4. El contexto manda: De Sapolsky a Zimbardo

A veces creemos que somos islas independientes, pero la ilusión de control ignora el peso masivo del contexto. Robert Sapolsky, experto en biología del comportamiento, es contundente: no somos más que la suma de nuestra biología, nuestras hormonas y nuestro entorno inmediato.

Si tienes niveles altos de testosterona, hambre y estás en un ambiente hostil, tu conducta cambiará radicalmente, quieras o no. Y si a eso le sumamos la presión social, como demostraron Zimbardo o Milgram, veremos que personas «buenas» pueden cometer actos atroces si el contexto (la autoridad o el rol) así lo dicta.

Creer que tenemos un control absoluto sobre quiénes somos sin mirar el entorno es una falacia. Como diría Erich Fromm, a veces el miedo a la libertad es tan grande que preferimos someternos a nuestros propios automatismos o a la conformidad social antes que aceptar la angustia de la incertidumbre.

5. Sistema 1 vs. Sistema 2: La fatiga de decidir

Finalmente, el Nobel Daniel Kahneman nos enseñó que tenemos dos sistemas. El Sistema 1 es rápido, intuitivo y automático (donde vive la ilusión de control). El Sistema 2 es lento, lógico y esforzado.

El problema es que usar el Sistema 2 consume muchísima energía (glucosa). Por eso, el 95% del día vivimos en el Sistema 1. Usamos heurísticos (atajos mentales) para no colapsar. Si tuviéramos que controlar conscientemente cada paso, cada respiración y cada palabra, no podríamos ni salir de la cama.

Reflexión: ¿Entonces qué nos queda?

Puede que leer esto te genere ansiedad. Si la ilusión de control es real y mi cerebro decide antes que yo, ¿soy un robot biológico?

No nos vayamos al extremo del absurdo, como diría Camus. Que no tengas el control absoluto de tus impulsos iniciales no significa que no tengas responsabilidad.

Aquí es donde entra la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) de Steven Hayes. Quizás no puedes controlar el primer impulso (el «Mono» que grita), pero puedes desarrollar la flexibilidad psicológica para observar ese impulso y no actuar sobre él la próxima vez, o al menos, tardar menos en darte cuenta.

El verdadero poder no está en controlar lo que surge, sino en la capacidad de vetar la acción (lo que algunos neurocientíficos llaman free won’t en lugar de free will).

La próxima vez que sientas que «pierdes el control», respira. Recuerda que es tu biología tratando de protegerte. No te pelees con la realidad. Obsérvala, acéptala y entonces, quizás, puedas dirigir el barco un poquito mejor.


Referencias APA

  • Damasio, A. (2010). El error de Descartes: La emoción, la razón y el cerebro humano. Editorial Crítica.
  • Eagleman, D. (2013). Incógnito: Las vidas secretas del cerebro. Anagrama.
  • Feldman Barrett, L. (2018). La vida secreta del cerebro: Cómo se construyen las emociones. Paidós.
  • Kahneman, D. (2012). Pensar rápido, pensar despacio. Debate.
  • Libet, B. (1985). Unconscious cerebral initiative and the role of conscious will in voluntary action. The Behavioral and Brain Sciences, 8(4), 529-566.
  • Sapolsky, R. (2018). Compórtate: La biología humana en nuestro mejor y peor momento. Capitán Swing.

Otras Referencias (Lectura recomendada)

    Steven C. Hayes y la Terapia ACT

    Charlas de Robert Sapolsky sobre biología del comportamiento

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