¿Quién maneja el barco?

¿Quién maneja el barco?

La trampa de la autocrítica y el mito del control

El otro día, caminando por el Malecón —aquí con el calorcito húmedo de Veracruz que ya conocemos—, me detuve a observar a la gente. No sé si te ha pasado, pero a veces da la impresión de que a todos nos vienen correteando. Vemos personas con el ceño fruncido, caminando rápido aunque no vayan tarde, con una tensión en los hombros que se nota a metros de distancia.

Esa misma prisa la veo todos los días en el consultorio. Llegan pacientes que se sientan en el sofá y, casi de inmediato, empiezan a juzgarse. Sienten que «deberían» estar en otro lado, que «deberían» ser mejores, más productivos, más felices. Es como si trajeran un juez interno con un megáfono gritándoles al oído.

Pero, ¿sabes cuál es la gran ironía de todo esto? Que esa obsesión por controlar y «mejorar» nuestra vida a la fuerza choca con una pared de realidad científica: el 95% de lo que hacemos es totalmente inconsciente.

¿Quién maneja el barco?

La ilusión del Capitán (y lo que dice Eagleman)

Nos encanta creer que somos los dueños absolutos de nuestras decisiones. Nos despertamos y decimos: «Hoy voy a controlar mi ansiedad». Pero pensar eso es una trampa del ego.

El neurocientífico David Eagleman, en su maravilloso libro Incógnito, nos da un golpe de realidad: la mente consciente es apenas un pequeño periódico que recibe resúmenes de lo que está pasando en la inmensa fábrica del cerebro. Eagleman explica cómo grandes obras de la historia —poemas, descubrimientos matemáticos, piezas musicales— no fueron producto de un esfuerzo consciente y tortuoso, sino que emergieron del inconsciente una vez que este había procesado la información «tras bambalinas».

Creemos que tomamos decisiones racionales todo el tiempo, pero en realidad, la mayor parte del día estamos ejecutando guiones automáticos. Cuando intentamos controlar ese inmenso 95% a través del juicio y la autocrítica severa, generamos una fricción interna brutal. Carl Rogers ya nos advertía de esto con la brecha entre el Yo Real y el Yo Ideal: cuando forzamos la máquina para ser algo que no somos, bloqueamos nuestra propia naturaleza.

¿Por qué la autocrítica mata el Flow?

Seguro has escuchado hablar del estado de flujo o «estar en la zona». Es ese momento donde las cosas salen solas, sin esfuerzo. Un músico tocando jazz o un cirujano operando. El «Flow» no se lleva con la autocrítica.

Piensa en un bateador de béisbol profesional. La pelota viaja a una velocidad tal que, si el bateador intentara pensar conscientemente: «Okay, la bola viene a 95 millas, voy a ajustar mis codos y girar la cadera…», para cuando termine de pensar esa frase, el umpire ya cantó el Strike.

El bateador le pega a la bola porque confía en su aprendizaje implícito. Su cuerpo ya sabe qué hacer. Su inconsciente es rápido y eficiente. Pero si empieza a pensar demasiado, a juzgar su postura o a preocuparse por el público, se vuelve torpe. La consciencia es lenta; el inconsciente es veloz. Al intentar «meter mano» con nuestra mente consciente y criticona en procesos automáticos, lo único que logramos es entorpecernos.

Las «frases bonitas» no reprograman el cerebro

Aquí es donde veo una de las broncas más grandes hoy en día. Veo a mucha gente sufriendo ansiedad y creyendo que la solución está en repetir frases motivacionales de Instagram: «Soy paz, soy luz, soy abundancia». Lo repiten mil veces, pero el nudo en el estómago sigue ahí.

¿Por qué? Porque al inconsciente no se le engaña con palabras bonitas.

El inconsciente funciona mediante patrones y aprendizaje procedimental. Es como abrocharse las agujetas. Tú no te abrochas los zapatos repitiendo instrucciones verbales; tus dedos simplemente lo hacen.

La ansiedad y el estrés funcionan igual: son gatillos emocionales que se dispararon tantas veces ante ciertos estímulos que se volvieron automáticos. Y aquí es donde entra el trabajo de John Bargh, una autoridad mundial en el estudio del priming (primado) y la automaticidad. Bargh nos ha enseñado que nuestros objetivos y comportamientos pueden ser activados por el entorno sin que nos demos cuenta. No podemos borrar esos patrones complejos simplemente diciendo «ya no quiero sentir esto», igual que no puedes desaprender a manejar solo diciéndolo.

La verdadera tarea de la consciencia

Entonces, si no podemos controlar el inconsciente a la fuerza y las frases mágicas no sirven, ¿estamos condenados?

Para nada. Pero la estrategia debe cambiar. Siguiendo la línea de Bargh y Eagleman, debemos entender que una de las tareas de la consciencia es generar nuevas tareas para el inconsciente, pero esto requiere repetición conductual y paciencia, no latigazos mentales.

Reestructurar esos patrones requiere, primero, darnos cuenta de ellos sin juzgarlos. Observar que te estás atando las agujetas de la ansiedad de la misma forma de siempre, pero sin regañarte por ello. Es un proceso de reeducación lento. No podemos llevar al inconsciente repeticiones vacías si nosotros mismos no estamos convencidos de cómo funciona nuestra propia maquinaria biológica.

Quizá hoy, en lugar de intentar «ser mejor» a la fuerza, valga la pena preguntarse: ¿Qué patrones automáticos estoy ejecutando hoy y cómo puedo empezar a observarlos sin que mi juez interno me cante el strike?

¿Te sientes identificado con esa voz que te corretea? En terapia trabajamos no para callarla a gritos, sino para entender qué patrones profundos está intentando proteger.

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