Genital

El término se utiliza en relación con una zona erógena específica, una fase del desarrollo libidinal, una forma de erotismo y una tipología del carácter.
ZONA GENITAL. Corresponde a los órganos sexuales masculinos y femeninos destinados a la reproducción. 

Se habla de prioridad genital, escribe O. Fenichel, “cuando la función de los genitales domina a las otras zonas erógenas, y todas las excitaciones sexuales terminan por estar orientadas genitalmente y descargadas orgánicamente” (1945: 75).
FASE GENITAL. Fase del desarrollo psicosexual que S. Freud distingue en dos fases relativas a la organización genital infantil y a la organización adulta. Durante la primera fase, que se verifica en el niño hacia el cuarto año de edad, se observa un desplazamiento del investimiento libidinal de las zonas pregenitales, es decir de la zona oral y anal, hacia los órganos genitales y sus actividades, que asumen una importancia primaria. Esta fase también se llama edípica ya que corresponde a la aparición del complejo de Edipo (v.) en las relaciones objetales, o fálica (v. fálica, fase), pues, a diferencia de cuanto sucede en la sexualidad adulta, para ambos sexos el interés está concentrado en el pene, “poseído” por el niño y “envidiado” por la niña. La segunda fase, la propiamente genital, sólo se alcanza en la pubertad, después de la resolución del complejo edípico y la conclusión de un período de latencia sexual que abarca más o menos de los 6 a los 11 años. “Sólo con la culminación del desarrollo en la época de la pubertad, la polaridad sexual coincide con masculino y femenino. Lo masculino reúne el sujeto, la actividad y la posesión del pene; lo femenino, el objeto y la pasividad. La vagina es apreciada ahora como albergue del pene, recibe la herencia del viente materno.” (1923 [1976: 149]). La transformación de la sexualidad infantil en la adulta sucede, por un lado, porque las zonas erógenas genitales adquieren una prioridad absoluta sobre las otras, por otro porque las características de satisfacción sexual, que antes se manifestaban en actividades llamadas parciales, se concreta ahora en la relación sexual completa y, por último, porque el objeto hacia el cual se dirige la pulsión sexual, que en el niño está constituido por su propio cuerpo o por partes de éste, se transforma en una persona del sexo opuesto, externa a la familia, hacia la cual se orientan tanto las corrientes sexuales como las de ternura.
EROTISMO GENITAL. Es el rasgo típico de la organización sexual adulta, donde las pulsiones parciales se incluyen en la relación sexual como actos preparatorios, cuya satisfacción constituye el llamado “placer preliminar”, mientras que el placer sexual verdadero está al servicio de la función procreadora. El desarrollo del erotismo genital (v. erotismo, § 5) puede sufrir inhibiciones que provocan una regresión (v.) o una fijación (v.) de la libido en formas de sexualidad infantil, dando lugar a las que Freud llama perversiones (v.). Según W. Reich la genitalidad coincide con la capacidad de una total descarga energética mediante el orgasmo, cuyo flujo fallido determina los embotellamientos energéticos que se localizan en varias regiones del cuerpo, provocando lo que él define como “escudo del carácter” (v. carácter, § 3, c). E.H. Erikson sostiene que la genitalidad manifiesta una característica de la relación que puede tener una función transformadora para la sociedad a condición de que haya: “1] reciprocidad de orgasmo; 2] con un compañero amado; 3] del otro sexo; 4] con el que se pueda compartir una mutua confianza; 5] y con el que se pueda y se quiera regular los ciclos de trabajo, procreación, distracción, 6] así como asegurar también a la prole todas las fases de un desarrollo satisfactorio” (1950: 82). Para F. Fornari la genitalidad está profundamente vinculada al proceso de civilización. Contrariamente a la tesis de Freud, Reich y H. Marcuse quienes, aunque desde puntos de vista diferentes, concibieron la sexualidad como una fuerza natural, en perenne conflicto con la cultura, Fornari considera que la genitalidad es la manifestación misma de la civilización, a diferencia de la sexualidad infantil o pregenital, donde la relación con el objeto es todavía arcaica y no civilizada. Además, siempre según Fornari, la evolución cultural no lleva necesariamente a una represión sexual porque “la sexualidad humana, mediante la genitalidad y a través de la función de estímulo que la cultura ejerce en ésta, constituye una función altamente simbolizada y susceptible de nuevas simbolizaciones en una creatividad y capacidad generativa comparables sólo a las del instrumento cultural humano más específico, es decir a la creatividad y a la capacidad generadora del lenguaje” (1975: 91).
CARÁCTER GENITAL. Según Fenichel es la expresión de la completa normalidad y autonomía, y constituye por lo tanto un concepto ideal que alude a la capacidad para alcanzar la satisfacción mediante el orgasmo genital, un pleno sentimiento de amor respecto al objeto y una notable capacidad de sublimación (v.). Fenichel afirma además que, “mientras en los caracteres neuróticos los impulsos pregenitales mantienen su carácter sexual y trastornan las relaciones racionales con los objetos, en el carácter normal éstos sirven en parte al fin de proporcionar un placer preliminar bajo la prioridad de la zona genital; pero en gran parte son sublimados y subordinados al yo y al razonamiento” (1945: 557). El carácter genital difiere del fálico, en el cual, aunque está presente una prioridad genital, la sexualidad se vive como demostración de potencia, con poca consideración por el otro. A este propósito A. Lowen escribe: “El carácter fálico-narcisista actúa como si fuera sexualmente muy potente. Estos individuos se envanecen de sus conquistas y de su potencia, medida esta última sobre la base del número de relaciones al día. Pero en verdad la capacidad orgásmica, es decir la capacidad de experimentar placer, disminuye proporcionalmente. La razón de la frecuencia del acto sexual es, en efecto, el fracaso para alcanzar la satisfacción en una sola experiencia” (1958: 252).
BIBLIOGRAFÍA: Chasseguet-Smirgel, J. (1985); Erikson, E.H. (1950); Fenichel, O. (1945); Fornari, F. (1975); Freud, S. (1905); Freud, S. (1912); Freud, S. (1923); Lowen, A. (1958); Marcuse, H. (1966); Reich, W. (1933); Reich, W. (1942).

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