Proceso defensivo que permite dominar un impulso inaceptable con la exageración de la tendencia opuesta. Las formaciones reactivas pueden localizarse en rasgos obsesivos precisos o generalizados hasta constituir rasgos del carácter, integrados al conjunto de la personalidad; en cualquier caso, asumen valor sintomático por sus aspectos de rigidez y de compulsión, por sus fracasos accidentales, y porque con frecuencia pueden provocar el resultado opuesto al conscientemente deseado.
S. Freud llegó al concepto de formación reactiva desde los primeros estudios de las neurosis obsesivas, en los que puso en evidencia el mecanismo psíquico particular que consiste en oponerse a una representación dolorosa con un “síntoma primario de defensa o contrasíntoma”, como la escrupulosidad o el pudor que se vuelven rasgos del carácter para reaccionar al impulso sexual al que el sujeto se había abandonado en el período de la “amoralidad infantil” (1894: 313).
La formación reactiva debe distinguirse de la formación de compromiso (v.) porque, mientras en esta última es fácil localizar la satisfacción del deseo reprimido, unido a la acción de defensa, en la formación reactiva tanto la representación sexual como el “reproche que provoca” están excluidos de la conciencia en pro de virtudes morales llevadas al extremo, por lo que es posible hablar de la formación reactiva como de una “defensa alcanzada”, incluso si Freud no se oculta que “Por ejemplo, la histérica que trata con excesiva ternura al hijo a quien en el fondo odia, no por ello será en el conjunto más amorosa que otras mujeres, ni siquiera más tierna con otros niños.” (1925 [1976: 148]). La formación reactiva no sólo se encuentra en las actitudes obsesivas, sino también en las histé- ricas, pero con la diferencia de que “La formación reactiva de la histeria retiene con firmeza un objeto determinado y no se eleva al carácter de una predisposición universal del yo. En cambio, lo característico de la neurosis obsesiva es justamente esta generalización, el afloramiento de los vínculos de objeto, la facilidad para el desplazamiento en la elección del objeto” (1925 [1976: 148]).
En la formación reactiva también intervino O. Fenichel para subrayar el carácter permanente del contrainvestimiento defensivo: “La persona que se construyó una formación reactiva no desarrolla ciertos mecanismos de defensa para utilizarlos cuando está amenazada por un peligro instintivo sino que cambió la estructura de su personalidad basándose en la supuesta presencia continua de este peligro, con el fin de encontrarse preparada si llega a verificarse” (1945: 172)
La formación reactiva no es sólo una manifestación patológica, sino también una condición para el desarrollo del individuo: “Las mociones sexuales de estos años infantiles serían, por una parte, inaplicables, pues las funciones de la reproducción están diferidas, lo cual constituye el carácter principal del período de latencia; por otra parte, serían en sí perversos, esto es, partirían de zonas erógenas y se sustentarían en pulsiones que dada la dirección del desarrollo del individuo sólo provocarían sensaciones de displacer. Por eso suscitan fuerzas anímicas contrarias (mociones reactivas) que construyen, para la eficaz sofocación de ese displacer, los mencionados diques psíquicos: asco, vergüenza y moral” (1905 [1976: 162]). Freud atribuye a la formación reactiva el nacimiento del superyó (v.) y la sublimación (v.) en la cual el impulso infantil ya no es reprimido, sino transformado.
BIBLIOGRAFÍA: Fenichel, O. (1945); Freud, S. (1894); Freud, S. (1905); Freud, S. (1925).