Reacción afectiva intensa de aparición aguda y de breve duración, determinada por un estímulo ambiental. Su aparición provoca una modificación en el nivel somático, vegetativo y psíquico. Las reacciones fisiológicas ante una situación emocionante afectan las funciones vegetativas como la circulación, respiración, digestión y secreción, las funciones motrices con hipertensión muscular, y las sensoriales con diferentes trastornos en la vista y el oído.
Las reacciones viscerales se manifiestan con una pérdida momentánea del control neurovegetativo y la consiguiente incapacidad temporal de abstracción del contexto emocional. Las reacciones expresivas interesan a la mímica facial, las actitudes corporales, las formas habituales de comunicación. Las reacciones psicológicas se manifiestan como reducción del control de sí, dificultad para articular lógicamente acciones y reflexiones, disminución de las capacidades de método y de crítica.
CLASIFICACIÓN DE LAS EMOCIONES. La clasificación de las emociones difiere sobre la base de los principios de ordenación que adoptan. 1] Principios lógicos. Este criterio se remonta a Aristóteles, que incluyó las emociones en la categoría de la pasividad en cuanto son “pasiones”, no “acciones” (Categorías, 9 b, 27-34). Aristóteles consideraba también que las emociones tienen relación con el aparato cognoscitivo porque se dejan modificar por la persuasión (Retórica, II). De la misma opinión eran los estoicos, que consideraban a las emociones juicios irracionales distinguibles de la cualidad “buena” o “mala” del acontecimiento y de su “presencia” o “espera”, que permiten determinar cuatro emociones principales: el deseo de un acontecimiento bueno y esperado, el miedo de un acontecimiento malo y esperado, la felicidad por un acontecimiento bueno y presente y el displacer por un acontecimiento malo y presente. En la época medieval, además de la categoría de la cualidad del acontecimiento y de su presencia, la clasificación se enriqueció con la intencionalidad hacia acontecimientos atemporales, que permitió incluir también entre las emociones la esperanza y la desesperación. Con la filosofía moderna las emociones fueron contrapuestas a la razón y consideradas en la base de todos los comportamientos irracionales, desde los religiosos hasta los morales, donde se evocan emociones, más que establecer hechos, hasta la fundación kantiana de la moral como exclusión de todas las emociones. Con el positivismo de finales del siglo XIX las emociones se consideraron conciencia de acontecimientos fisioló- gicos, mientras que con la fenomenología de la primera mitad del XX fueron interpretadas como sentimientos ontológicos, porque colocan al hombre, no frente a esta o aquella cosa, sino frente a la totalidad (M. Heidegger), o como intención para restablecer una relación con el mundo después de una inesperada desestructuración (J.-P. Sartre), confirmando la naturaleza del hombre como originalmente intencionado hacia un mundo (v. análisis existencial.
Principios psicológicos. En este ámbito nacen clasificaciones que no son deducidas del “significado” de la emoción, sino inferidas a partir del comportamiento en su adaptación o desadaptación a la situación. Así, C.E. Osgood asume como criterios el placer (P), la activación (A) y el control (C) de la situación, de cuyas combinaciones resultan las emociones fundamentales como la felicidad (P +, A +, C neutro), la complacencia (P +, A –, C neutro), la repugnancia (P –, A +, C +), el horror (P –, A +, C –), el aburrimiento (P –, A –, C +) y la desesperación (P –, A –, C –). R. Plutchik cataloga las emociones basándose en los procesos adaptativos del comportamiento, por lo que tendremos el miedo (protección), la rabia (destrucción), la tristeza (reintegración), la felicidad (reproducción), la aceptación (afiliación), el disgusto (rechazo), la espera (exploración) y la sorpresa (orientación). De estas emociones consideradas primarias C.E. Izard derivó las complejas, como por ejemplo el amor, que es una mezcla de felicidad y aceptación. Estos dos modelos son paradigmáticos de la forma de proceder en el ámbito psicológico, en el cual se identifica un pequeño número de emociones fundamentales de cuya combinación nacen las complejas, o se identifican unos pocos atributos fundamentales de muchas emociones de cuya combinación nacen las diferentes emociones. Como se ve, los dos criterios son sustancialmente empíricos, porque nada impide considerar como emociones fundamentales las que en la otra clasificación se ven como un atributo de muchas emociones.
Principios sociológicos. En este ámbito se distinguen emociones “egoístas”, que pueden ser de afirmación de sí o de defensa de sí; emociones “altruistas”, que van desde las sexuales y familiares hasta las propiamente sociales, y emociones “superiores”, que producen tonalidades afectivas que superan la esfera del yo-tú, para abarcar lo social y lo humano. En este ámbito las emociones se consideran en relación con las ideologías, la ratificación y el refuerzo de las convicciones de grupo, con la frecuencia de determinadas emociones según el estado social, la cultura de pertenencia, la organización jerárquica o igualdad de la sociedad.
EMOCIÓN Y MOTIVACIÓN. Los estados emotivos actúan como motivo y como concomitante del comportamiento motivado. El sexo, por ejemplo, no es sólo una fuente de experiencias emotivas, sino también una potente motivación que determina un comportamiento; de la misma manera una emoción de pánico empuja a la fuga, así como una alegre favorece la búsqueda de su repetición. Entre las emociones que favorecen un comportamiento motivado recordamos:
El miedo (v.), que favorece una tendencia a evitar las situaciones en las que es probable que se manifieste el objeto o el acontecimiento temido. En sus formas extremas el miedo asume los aspectos patológicos conocidos como fobias (v.), que determinan intensamente la conducta de quienes las sufren. Objeto de fobia pueden llegar a ser los lugares cerrados, los abiertos, los animales, lo sucio, las enfermedades y cualquier cosa cargada de un alto valor emotivo.
La angustia (v.) o ansiedad que es un miedo sin objeto, y por lo tanto indeterminado, que condiciona el comportamiento en términos positivos cuando los valores de ansiedad están en niveles bajos, y desestructurantes cuando están en niveles elevados, donde todo parece amenazante e invivible.
Los celos (v.) que, como emoción cargada del temor de perder el afecto de una persona en favor de un tercero que interviene en la situación afectiva, favorece comportamientos de control, reacciones violentas, actitudes hostiles, donde la emoción no actúa sólo como estado de excitación del individuo sino también como motivación de determinados comportamientos.
La ira (v.) que, como frustración de la actividad que tiende a una finalidad, se puede encontrar en toda secuencia motivacional interrumpida. Una vez despierta, la ira desencadena una actividad de venganza contra el objeto o la persona considerada responsable de la interrupción de la secuencia.
La risa (v.) que, como emoción placentera, favorece comportamientos capaces de obtenerla. Subyacente a la risa está una descarga de tensión que el organismo percibe como placentera y va en su búsqueda.
El llanto (v.), que favorece comportamientos vinculados al sentimiento que puede desencadenar oír una música o la contemplación de un panorama, la congoja que, manifestada, produce alivio, la participación afectiva en el dolor del otro, y la autocompasión que suaviza una ira impotente. Estos ejemplos muestran cómo algunas emociones proporcionan una interpretación del comportamiento motivado, donde está contenida una señal de que se está verificando algo importante desde el punto de vista motivacional.