El término, que en general se refiere a la búsqueda o a la intensa espera de cuanto se percibe como satisfactor de las propias exigencias y gustos, asume un significado que se determina cada vez en los diferentes ámbitos de investigación.
FILOSOFÍA. En este ámbito, donde nació la palabra, el deseo se refiere a la falta del objeto hacia el cual se dirige el apetito, y se lo piensa como el principio que empuja a la acción. Estos dos significados, relacionados entre sí, se encuentran en Aristóteles, quien define el deseo como “apetito de aquello que es placentero” (Sobre el alma, II, 3, 414, b), en R. Descartes, quien lo define como “agitación del alma causada por los espíritus que la disponen a querer para el porvenir las cosas que se representa como convenientes” (1649, § 86), y con B. Spinoza, para quien el deseo es “la tristeza que se refiere a la falta de la cosa que amamos” (1677, III, 36). J. Dewey introdujo un nuevo significado; entendió el deseo como “la actividad que trata de proceder para romper el dique que la retiene. El objeto que se presenta en el pensamiento como la meta del deseo es el objeto del ambiente que, si estuviera presente, aseguraría una reunificación de la actividad y la restauración de su unidad” (1922: 249). M. Heidegger, en fin, relacionó el deseo con la naturaleza proyectiva del hombre: “El ser por las posibilidades se manifiesta casi siempre como simple deseo. En el deseo el ser-ahí proyecta su ser en posibilidades que no sólo nunca se abocan a proporcionar cuidado, sino cuya realización nunca es ni seriamente proyectada ni realmente esperada” (1927: 41).
EL PSICOANÁLISIS FREUDIANO. Distingue la necesidad (v., § 4) del deseo porque la necesidad provoca un estado de tensión interna que encuentra su satisfacción en una acción específica que procura el objeto adecuado, como puede ser la comida para el hambre, mientras el deseo está indisolublemente vinculado a las “huellas mnésicas”, como las define S. Freud, que encuentran su satisfacción en la reproducción alucinatoria de las percepciones transformadas en “señales” de tal satisfacción. En este sentido se comprende por qué el fantasma (v. fantasía, § 1), que es la combinación estructurada de estas señales, es el correlato del deseo. Al respecto Freud escribe: “… la aparición de una cierta percepción […] cuya imagen mnémica queda, de ahí en adelante, asociada a la huella que dejó en la memoria la excitación producida por la necesidad. La próxima vez que esta última sobrevenga, merced al enlace así establecido, se suscitará una moción psíquica que querrá investir de nuevo la imagen mnémica de aquella percepción y producir otra vez la percepción misma, vale decir, en verdad, restablecer la situación de la satisfacción primera. Una moción de esa índole es lo que llamamos deseo; la reaparición de la percepción es el cumplimiento del deseo” (1900-1901 [1976: 557-558]). La concepción freudiana del deseo se refiere esencialmente al deseo inconsciente vinculado a signos infantiles indestructibles; la presencia simultánea de dos deseos de signo opuesto produce la situación que Freud llama “conflicto psíquico”. Para denominar el deseo Freud utilizó tres palabras: 1] Wunsch, para indicar el deseo en la acepción de desearle a alguien suerte; 2] Lust, para referirse al placer y a la felicidad; 3] Begierde que, como apetito, anhelo, querer, alude a la búsqueda de la satisfacción. Con esta abundancia semántica Freud reúne todos los aspectos de la dimensión “deseante”, inscribiéndolos en una proyección del porvenir donde se ubica, en un nivel real o fantástico, la realización del deseo; esto, para Freud, no es tanto el deseo presente del adulto cuanto un deseo antiguo, vinculado a la primera infancia, que dejó una huella mnésica que, uniéndose al deseo actual, le proporciona carga, intensidad, tensión, que se expresa en el sueño o en el síntoma. Sueños y síntomas, en efecto, vinculan los deseos presentes con los deseos infantiles que proporcionan la tensión deseante que encuentra su realización alucinatoria en el sueño de la noche y en el síntoma de la enfermedad. En la realidad el deseo, orientado a evitar el máximo de frustración y obtener el máximo de gratificación, tiene por lo general una realización aplazada, y esto permite experiencias mentales que ponen a prueba las diferentes vías para llegar a una posible realización final. La introducción del principio de realidad (v., § 3), que aplaza el placer y lo sustituye con frecuencia por la sublimación, permitirá a Freud proponer la hipó- tesis del origen de la civilización que, en su opinión, se inició el día en el que los hombres aprendieron a “… ha cambiado un trozo de posibilidad de dicha por un trozo de seguridad” (1929 [1976: 177])
PSICOANÁLISIS LACANIANO. A partir de la línea de la hipótesis freudiana, según la cual el deseo pone en movimiento el aparato psíquico de acuerdo con la percepción de lo agradable y de lo desagradable, J. Lacan ubica el deseo en la carencia esencial (v. lacaniana, teoría, § 9) que el niño experimenta una vez separado de la madre. Al no poder satisfacer esta falta, el deseo será llevado hacia sustitutos de la madre que la ley del padre prohíbe, para impedir la identificación del niño con la madre. Reprimida, desconocida, la pulsión es sustituible por un símbolo que encuentra su expresión en la demanda (v.) de conocer, de poseer. Las demandas, siempre insatisfechas, remiten a los deseos siempre reprimidos, y estos deseos se entretejen en una trama sin fines de asociación. El ejemplo de la anorexia mental, o rechazo de la nutrición, puede ilustrar esta implicación entre necesidad, deseo y demanda. La solicitud del niño de alimento manifiesta una necesidad orgánica, pero, más profundamente, se puede rastrear a una demanda de amor. La madre puede entender la verdadera demanda y abrazar al niño, negándole la comida, o bien puede creer simplemente en la necesidad y disponer la comida sin haber comprendido la verdadera demanda. Atiborrar al niño, satisfacer sus necesidades o impedirlas más acá y más allá de su demanda, lleva a sofocar la demanda de amor. La única salida para el niño, entonces, es rechazar el alimento para hacer brotar, por vías negativas, sus demandas de amor: “Es el niño al que alimentan con más amor –escribe Lacan– el que rechaza el alimento y juega con su rechazo como un deseo (anorexia mental). Confines donde se capta como en ninguna otra parte que el odio paga al amor, pero donde es la ignorancia la que no se perdona” (1961 [1999: 608]). De esta forma Lacan ubica al deseo entre la necesidad y la demanda, distinguiéndolo de la primera porque la necesidad mira hacia un objeto específico y se satisface con éste, y de la segunda porque, al exigir un reconocimiento absoluto, el deseo trata de imponerse sin considerar al “otro” (v., § 1) al cual se dirige la demanda