Término utilizado como adjetivo y como sustantivo. En el primer caso, como afirma S. Freud, se refiere a todo aquello de lo que el individuo está consciente: “Ahora llamemos ‘consciente’ a la representación que está presente en nuestra conciencia y de la que nosotros nos percatamos […] hagamos de este el único sentido del término ‘consciente’; en cambio, a las representaciones latentes, si es que tenemos fundamentos para suponer que están contenidas en la vida anímica […] hablemos de denotarlas con el término ‘inconsciente’ (1912 [1976: 271]). Utilizado como sustantivo, el término indica el sistema o la estructura en la que se desarrolla la actividad psíquica consciente, y es prácticamente sinónimo de conciencia (v.).
En el modelo tópico del aparato psíquico (v., § 3) que elaboró Freud en 1915, el consciente es uno de los tres sistemas, junto con el inconsciente (v.), que acoge los contenidos y los procesos psíquicos reprimidos por la conciencia, y el preconsciente (v.), donde están los contenidos que pueden volverse conscientes con un esfuerzo de la atención. Mientras la actividad inconsciente sigue las reglas del proceso primario (v.), como la tendencia a la gratificación inmediata y la facilidad de desplazamiento de la carga psíquica de un objeto a otro, la actividad consciente está gobernada por el proceso secundario, cuyas características son la capacidad para retardar la gratificación, es decir la descarga de la energía psíquica, y la mayor estabilidad del investimiento en los objetos. El modelo tópico, basado únicamente en la diferenciación de consciente e inconsciente, no tardó en mostrarse inadecuado para explicar algunos fenómenos que Freud observó en la práctica clínica, y fue sustituido en parte, en 1922, por el modelo estructural, que divide el aparato psíquico (v., § 4) en ello, yo y superyó, donde el yo no se puede comparar con el consciente porque, como sostiene Freud, “Hemos hallado en el yo mismo algo que es también inconsciente, que se comporta exactamente como lo reprimido, vale decir, exterioriza efectos intensos sin devenir a su vez consciente, y se necesita de un trabajo particular para hacerlo consciente. He aquí la consecuencia que esto tiene para la práctica analítica: caeríamos en infinitas imprecisiones y dificultades si pretendiéramos atenernos a nuestro modo de expresión habitual y, por ejemplo, recondujéramos la neurosis a un conflicto entre lo consciente y lo inconsciente. Nuestra intelección de las constelaciones estructurales de la vida anímica nos obliga a sustituir esa oposición por otra: la oposición entre el yo coherente y lo reprimido escindido de él” (1922 [1976: 19]).
BIBLIOGRAFÍA: Freud, S. (1912); Freud, S. (1915); Freud, S. (1922).