El concepto de conciencia evolucionó paralelamente al desarrollo de la filosofía, de la psicología y de la neurofisiología. Cada una de estas disciplinas, en su momento, hizo hincapié en los aspectos subjetivos, de comportamiento, o fisiológicos de la conciencia, proporcionando definiciones parciales y limitadas al campo de investigación. En sentido moderno el término lo introdujo G.W. Leibniz, quien distinguió por un lado las petites perceptions, es decir la suma de los estímulos subliminales, y por el otro la apercepción, mediante la cual las percepciones llegan al nivel consciente. Estas distinciones incluyen la hipótesis de un umbral sensitivo susceptible de experimentación psicofísica, y la separación entre contenidos psíquicos percibidos conscientemente y contenidos preconscientes.
En el concepto de apercepción está implícito un conocimiento de la propia sensibilidad que C.K. Wernicke localizaría como “órgano” en la corteza cerebral. Contra la opinión de Wernicke, que hace de la conciencia una entidad en sí misma, se manifiesta W. Wundt, para quien, “al ser la conciencia de sí, por definición, la premisa de toda experiencia interior, no puede reconocer de manera inmediata la esencia de sí misma”. Y ya que “la conciencia consiste en el hecho de constatar en nosotros mismos ciertos estados y fenómenos, la conciencia misma no es un estado o condición susceptible de separación de tales procesos interiores” (1873-1874: 128). Estas dos posiciones ejemplifican las direcciones seguidas en el estudio de la conciencia: como fenómeno cualitativo de la psique, o como entidad fisiológica neurofisiológicamente localizable.
LA ESTRUCTURA DE LA CONCIENCIA. En el ámbito neurofisiológico, con el desarrollo de la electroencefalografía y el descubrimiento de las funciones del sistema reticular, comenzó a desarrollarse la tesis que el estado de vigilia, que puede describirse con precisos índices fisiológicos, coincide con la conciencia misma, es decir con la autoconciencia. Al respecto C.W. Simon y W.H. Emmons escriben: “La conciencia se refiere a las fases de los estados de vigilia durante los cuales se tienen diferentes grados de conocimiento de los estímulos externos, y al estado de transición en el cual se presentan y se recuerdan estímulos internos, es decir sueños”, (1956: 1067). El rastreo electroencefalográfico permite seguir el continuo entre la vigilia y el sueño en correlación con los comportamientos más complejos asociados con la conciencia y la no conciencia. G. Benedetti resume en cinco puntos fundamentales la estructura de la conciencia: a] la conciencia es el resultado de actividades neurogénicas complejas que deben ser desarrolladas selectivamente por la acción inhibidora simultánea en los otros sistemas neurogénicos que, si funcionasen, impedirían la selectividad de las primeras. La selectividad se manifiesta en el electroencefalograma con los hechos de desincronización; b] los impulsos que brotan en el hecho perceptivo consciente se desarrollan a través de circuitos centroperiféricos que, activando la periferia sensorial, realizan una retroalimentación centroperiféricocentral; c] para el reconocimiento, en el hecho perceptivo entran en actividad zonas corticales que conservan las huellas de los acontecimientos pasados; d] para llegar al conocimiento de que lo que “está sucediendo” se verifica en la “propia” mente es necesaria la intervención del yo, para lo cual deben entrar en actividad las zonas encefálicas que aseguran el llamado “esquema corporal”; e] la actividad del análisis perceptivo de estas aferencias en el nivel cortical presuponen su integración en esquemas ideoverbales que desembocan en el lenguaje. A esta descripción neurofisiológica agrega Benedetti una definición fenomenológica de la conciencia centrada en tres elementos fundamentales: a] el conocimiento de la sensibilidad; b] el conocimiento de sí con percepciones internas organizadas en un complejo estable que es el yo; c] la capacidad de este yo que debe entenderse mediante los procesos mnemónicos del pasado y mediante los de anticipación del futuro (1969: 138-139).
EL CAMPO DE CONCIENCIA Y EL ESTADO DE ALERTA. La conciencia revela un campo experimental cuyas estructuras describieron H. Ey et al. en referencia a: “a] al acto fundamental que abre los ojos del sujeto al mundo y lo pone en condición de encontrarse frente a éste, es decir de dividir la propia experiencia en dos categorías: lo subjetivo y lo objetivo; b] al acto con el que el sujeto se introduce en su propia experiencia en cuanto logra distinguir lo imaginario de lo real en su espacio ‘antropológico’, es decir en su representación; c] al acto con el que el sujeto dispone su propia presencia en el mundo sin dejarse transportar fatalmente hacia un pasado ya transcurrido, ni arrastrarse hacia un porvenir abierto por el deseo” (1979: 33-34). Esta noción se reveló útil en el campo clínico para crear el marco de los trastornos de la conciencia, porque combina la referencia fisiológica con la experiencia vivida y descrita en términos fenomenológicos, permitiendo la comparación entre la descripción subjetiva y la observación objetiva del clínico. Las nociones de “campo” o “escena” ya las habían introducido Wernicke y K. Jaspers, pero el primero sólo en la vertiente fisiológica y el segundo en la fenomenológica, por consiguiente de manera que permitía una comparación entre el momento autodescriptivo y la observación desde afuera. La estructuración del campo se da, según Ey, sobre la base del estado de vigilia con especial atención a la función de la alerta, que indica el estado de conciencia óptimo para el desempeño de determinadas tareas, gracias a la puesta en función de mecanismos específicos de detención y selección de los estímulos que después, mediante la atención, son almacenados en los depósitos de la memoria de corto y de largo plazo (v. memoria, § 5). El estado de alerta está en estrecha relación con los procesos facilitadores e inhibidores interpuestos entre el tallo cerebral y la corteza. Por tratarse de una función fisiológica, el estado de alerta puede sufrir modificaciones por efecto de la fatiga o de la postración física, o a causa de lesiones focalizadas o difusas del cerebro. El estado de alerta, interpretado en términos gestálticos, estructura el campo de conciencia en la relación figura-fondo, donde algunos objetos se perciben en forma clara y nítida respecto a los otros, presentes en el campo de la conciencia, pero no focalizados. En relación con el estado de alerta se habla también de amplitud o de restricción del campo de la conciencia, en el sentido de un estado de alerta dirigido intensamente a un objeto que funciona como escudo para todos los demás estímulos ambientales que pueden distraerla o desviarla. En este caso se habla de restricción del campo de la conciencia, mientras que cuando el estado de alerta es fluctuante y relajado, sin una concentración especial, se produce una mayor amplitud del campo de la conciencia, que, en condiciones normales, tiene presentes al mismo tiempo de cinco a ocho unidades de contenido.