La compulsión, denominada también coacción o constricción, indica una tendencia coercitiva e irracional que empuja al individuo a llevar a cabo determinados comportamientos, cuya inutilidad e inadecuación él mismo reconoce, pero cuya omisión le provoca una sensación de angustia.
Los síntomas compulsivos, o coaccionados, si bien pueden manifestarse en diferentes patologías psíquicas, son característicos de la neurosis obsesiva (v. obsesión, § 2), en la que se distinguen las compulsiones que se refieren a ideas que el sujeto no puede dejar de pensar, y las que se refieren a actos, comportamientos o conductas que el individuo se siente obligado a cumplir. Según el psicoanálisis las compulsiones representan, como todos los síntomas, un compromiso entre las exigencias instintivas y las fuerzas defensivas: la naturaleza instintiva se manifiesta en la intensidad y en la inmediatez del requerimiento que las compulsiones presentan al sujeto, mientras la defensiva se expresa en su carácter punitivo. En los cuadros clínicos en los que prevalece el elemento instintivo el impulso perdura, pero pierde su valor de deseo y se transforma en necesidad coaccionada, como, por ejemplo, en el caso de los sujetos que se sienten obligados a masturbarse sin experimentar ningún placer. Cuando en cambio prevalecen las instancias antinstintivas del superyó, las compulsiones adquieren el valor de verdaderas amenazas, por lo que el sujeto percibe que está obligado a hacer o a no hacer determinada cosa, generalmente irrelevante, para no sufrir un castigo. En todo caso, afirma S. Freud, los síntomas “siempre devuelven también algo del placer que están destinados a prevenir, sirven a las pulsiones reprimidas no menos que a las ins tancias que las reprimen. Y aun, con el progreso de la enfermedad estas acciones, en su origen dirigidas más bien a preparar la defensa, se aproximan más y más a las acciones prohibidas mediante las cuales la pulsión tuvo permitido exteriorizarse en la niñez” (1907 [1976: 107]).
En el concepto general de compulsión se debe distinguir la compulsión de repetición que, siempre en opinión de Freud, se refiere a la tendencia psíquica que empuja al sujeto a repetir comportamientos, experiencias, situaciones ya vividas y, sus mecanismos, de algún modo adquiridos. El fenómeno es frecuente en el tratamiento analítico, en el cual el paciente, en lugar de recordar las experiencias reprimidas, para evitar el cambio (v., § 2), o sea que con un fin defensivo, las repite, llevándolas a cabo (v. actuar). “Hemos visto ya que el analizado repite en lugar de recordar, y que lo hace bajo las condiciones de la resistencia. Vamos a ver ahora qué es realmente lo que repite. Pues bien: repite todo lo que se ha incorporado ya a su ser partiendo de las fuentes de lo reprimido: sus inhibiciones, sus tendencias inutilizables y sus rasgos de carácter patológico. Y ahora observamos que al hacer resaltar la compulsión de repetición no hemos descubierto nada nuevo, sino que hemos completado y unificado nuestra teoría. Vemos claramente que la enfermedad del analizado no puede cesar con el comienzo del análisis y que no debemos tratarla como un hecho histórico, sino como una potencia actual” (1914 [1976: 152]). La transferencia (v., § 2, a) misma constituye una repetición de las experiencias pasadas, que son reproducidas en la situación analítica transfiriendo, hacia la persona del analista, las cargas afectivas vividas en su momento respecto a las figuras paternas. A partir de 1920 Freud interpreta la compulsión de repetición como una manifestación del principio de inercia (v.), que en su opinión caracteriza cualquier expresión de la vida orgánica: “Ahora bien, ¿de qué modo se entrama lo pulsional con la compulsión de repetición? Aquí no puede menos que imponérsenos la idea de que estamos sobre la pista de un carácter universal de las pulsiones (no reconocido con claridad hasta ahora, o al menos no destacado expresamente), y quizá de toda vida orgánica en general. Una pulsión sería entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas; sería una suerte de elasticidad orgánica o, si se quiere, la exteriorización de la inercia en la vida ogánica. Esta manera de concebir la pulsión nos suena extraña; en efecto, nos hemos habituado a ver la pulsión como el factor que esfuerza en el sentido del cambio y del desarrollo, y ahora nos vemos obligados a reconocer en ella justamente lo contrario, la expresión de la naturaleza conservadora del ser vivo” (1920 [1976: 36]).
BIBLIOGRAFÍA: Fenichel, O. (1945); Freud, S. (1907); Freud, S. (1914); Freud, S. (1920).