Alma

Término que deriva del latín anima, que tiene la misma raíz que tiene,“viento”. El sentido que el término ha ido adquiriendo progresivamente en la cultura occidental es el de principio de la actividad espiritual y, como equivalente del término griego  psique, al alma se le han han atribuido todas las actividades denominadas “psíquicas”

1] ANTROPOLOGÍA. En las culturas primitivas el alma es concebida como principio de la vida materializada en órganos del cuerpo, como el diafragma entre los antiguos griegos, o el corazón (lev) para el antiguo pueblo hebreo, así como en objetos externos que, transferidos, llevan consigo el alma o mana (v.) del donante. En numerosas culturas está ya presente la noción de alma como principio diferente del cuerpo, y capaz de sobrevivir más allá de la muerte del cuerpo en una inmortalidad a la que se llega directamente o a través de una serie de reencarnaciones (v. metempsicosis). Esta concepción es común a ciertas religiones orientales como el budismo y el bramanismo, y a algunas occidentales, como la del antiguo Egipto, la religión órfica, y finalmente la griega, en la que se inicia la concepción filosófica del alma.
2] FILOSOFÍA. La filosofía griega, partiendo del orfismo, acentúa con Platón la diferencia entre alma y cuerpo, dando inicio al dualismo antropológico que era desconocido, por ejemplo, en el mundo hebreo, en el que el alma, denominada nefesh, no se contraponía, como principio espiritual, a la materialidad del cuerpo, sino que era un todo con éste. Con la traducción griega de los textos bíblicos las palabras hebreas se cargaron con los significados que la filosofía griega había elaborado; de aquí nació la concepción cristiana, que recalca el principio platónico del alma como entidad de naturaleza diferente del cuerpo. A la sustancialidad del alma se opuso Aristóteles, para quien el alma debía concebirse como forma (’e??’e?e?e?a) del cuerpo, como principio determinante de la corporeidad: “el alma es alguna cosa del cuerpo” (De anima, II, 414, a). En la Edad Media Tomás de Aquino integró la concepción platónica del alma como sustancia con la aristotélica, que le reconocía al alma sólo la función intelectual, atribuyéndole al cuerpo la función sensible y vegetativa que Platón había asignado a otras dos almas.
En el Renacimiento las dos posiciones vuelven a emerger en la contraposición entre platónicos y aristotélicos, hasta que con R. Descartes el dualismo alma y cuerpo se radicaliza en las formas de la res cogitans y la rex extensa, dando inicio al dualismo psicofísico (v.), que considerará la psicología en sus manifestaciones filosóficas y científicas, hasta que la fenomenología (v.), con E. Husserl, destruya el presupuesto cartesiano, considerándolo un error seductor: “Es necesario ilustrar aquí los errores seductores en los que cayeron Descartes y sus sucesores” (1931: 6). La denuncia husserliana volverá a ser recogida por Binswanger, que considera el dualismo psicofísico “el cáncer de toda psicología” (1946: 22), porque no le permite emanciparse del modelo organicista de las ciencias de la naturaleza (v. análisis existencial.
Al itinerario cartesiano se acercó en el siglo XVIII el modelo empirista que, con D. Hume, había iniciado la visión del alma como un grupo de eventos psíquicos en continuo flujo y movimiento que tenían su origen en las impresiones sensoriales. De este modelo se desprendieron la hipótesis positivista, para la cual el alma es el conjunto de los estados de conciencia que resultan de la asociación de sus elementos más simples (v. elementalismo), y la fisicalista, que en las expresiones del materialismo científico de J.J.C. Smart y conductismo lógico de R. Carnap sostienen el carácter puramente nominal de la palabra alma, a la que no corresponde ningún contenido científicamente indicativo (v. fisicalismo). De la misma opinión es G. Ryle, para quien el término es fruto de un error de categoría que interpreta los hechos de la vida mental como pertenecientes a una categoría semántica diferente de aquella a la que realmente pertenecen.
3] PSICOLOGÍA ANALÍTICA. En psicología sólo C. G. Jung hizo amplio uso de la palabra “alma”, empleada en dos acepciones, una general, en la que por alma se entiende la interioridad del hombre en contraposición a su máscara exterior, que Jung define como “persona” (v., § 2), y una específica, en la que el alma es la parte contrasexual del varón: “He designado con el término alma el femenino que forma parte del hombre como su feminidad inconsciente” (1912-1952: 425). Y: “Designo con el término persona la actitud hacia el exterior, el carácter exterior; con el término alma la actitud hacia el interior […] Si la persona es intelectual, el alma es ciertamente sentimental. Esta complementariedad es válida también para el carácter del sexo” (1921: 419, 421). Se trata de la complementariedad entre consciente e inconsciente que Jung asume como uno de los fundamentos de su psicología. Basándose en ella “Ningún hombre es tan viril como para no tener en sí mismo nada de femenino […]. La supresión de los rasgos femeninos […] permite que estas figuraciones contrasexuales se acumulen en el inconsciente. La imago de la mujer (el alma) se transforma en el receptáculo de estas figuraciones, de modo que el hombre, en su elección amorosa, sucumbe con frecuencia a la tentación de conquistar a la mujer que mejor corresponda al carácter particular de su propia feminidad inconsciente; una mujer, por lo tanto, que pueda acoger sin dificultad la proyección de su alma” (1928: 187-188)
En los sueños el alma aparece personificada en forma mítica, y en este caso revela la estructura arquetípica (v. arquetipo), o bien como madre, mujer, amante, hija, según la figura femenina en la cual se proyecta el alma en las diversas formas del desarrollo psíquico. Lugar eminente de la emotividad, fuente de creatividad, el alma, según parecer de Jung, puede poner en peligro a la conciencia a través de la posesión (v.) que transforma la personalidad, dando preeminencia a los rasgos que son considerados psicológicamente característicos del sexo opuesto. Cuando es poseído por el alma el hombre revela esos rasgos de emotividad incontrolables que se manifiestan en la inquietud, en la inestabilidad del humor y en el sentimentalismo, mientras “la pérdida permanente del alma conlleva […] resignación, cansancio, pereza, irresponsabilidad” (1936-1954: 74). La falta de integración del alma expone a dos posibles riesgos: la posesión, porque “el alma inconsciente es una criatura sin relaciones, un ser autoerótico cuya única finalidad es tomar posesión de todo el individuo” (1946: 296), o bien la unilateralidad, porque “el alma es la personificación del inconsciente en general […] si no reconocemos en las figuras inconscientes la dignidad de agentes espontáneos, caemos víctimas de una fe unilateral en el poder de la conciencia” (1929-1957 [1976: 51-52])
J. Hillman, profundizando la distinción junguiana entre alma y psique, escribe que “Jung quiere estar seguro de que su concepto de ‘alma’ no se confunda con las ideas tradicionales de alma de la religión y de la filosofía. Por otro lado quiere definir el alma de manera que no sea equiparada a la psique, de la que es sólo uno de sus múltiples arquetipos” (1985: 97). Resulta que “el alma es un complejo funcional de la psique, que actúa como una personalidad mediadora entre la psique completa, que es predominantemente inconsciente, y el yo común. La imagen del alma como personalidad, en cuanto opuesta al común yo, es contrasexual; por esto, empíricamente, en un varón esta ‘alma’ es femenina” (1972: 65). Hillman retomó el concepto de alma en relación con la creatividad (v.) . Por lo que se refiere al primer tema Hillman escribe que “las conclusiones a las que nos inducen los datos empíricos obtenidos del trabajo analítico son que el alma se transforma en psique a través del amor, y que es el eros que engendra la psique, porque nada se puede crear sin amor, que es el origen y el principio de todas las cosas vivientes, como en la cosmogonía órfica” (1972: 68). Finalmente, Hillman identifica el suicidio como un lugar eminente para aferrar la realidad del alma, porque en ninguna experiencia como en ésta “el cuerpo puede ser destruido por una ‘fantasía del alma’” (1964: 17)
BIBLIOGRAFÍA: Aristóteles (1973); Binswanger, L. (1946); Carnap, R. (1931); Descartes, R. (1641); Dewey, J. (1925); Galimberti, U. (1979); Galimberti, U. (1987); Gava, G. (1977); Hillman, J. (1964); Hillman, J. (1972); Hillman, J. (1985); Hume, D. (1748); Husserl, E. (1931); Jung, C.G. (1912-1952); Jung, C.G. (1921); Jung, C.G. (1928); Jung, C.G. (1929-1957); Jung, C.G. (1936-1954); Jung, C.G. (1946); Malcolm, N. (1971); Moravia, S. (1986); Platón (1973); Ryle, G. (1949); Smart, J.J.C. (1963); Tomás de Aquino (1270); Wittgenstein, L. (1980).

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