El significado más antiguo de esta diferenciación se remonta a Aristóteles y a su reelaboración medieval posterior; para él el razonamiento a priori procede del universal (lógicamente anterior) al particular (posterior), de las causas a los efectos, mientras que a posteriori procede del particular al universal, de lo que es primero para nosotros (efecto) a lo que es primero por naturaleza (causa).
A partir del siglo XVII, sobre todo por obra del empirismo y del racionalismo, los términos fueron definidos en un sentido más general, que llama a priori a conocimientos que se realizan por medio de la razón, independientemente de la experiencia, como las proposiciones matemáticas y geométricas, y a posteriori a los que se obtienen de la experiencia sensible. La elaboración más sistemática y en profundidad de las dos expresiones se debe a I. Kant, para quien a priori es la forma de conocimiento espacial, temporal y de categoría que no sólo no depende de la experiencia sino que constituye la condición para su construcción, que resulta, por lo tanto, dotada de una validez universal y necesaria, mientras a posteriori es el conocimiento que, al ser derivado de la observación empírica, no posee las características de la universalidad y de la necesidad.