Fetichismo

Culto de un fetiche (v.) explicado en las formas más diferentes que remiten a sus respectivos ámbitos disciplinarios y que, en forma sintética, se pueden agrupar de la siguiente manera.

LA EXPLICACIÓN ANTROPOLÓGICA DE C. DE BROSSES. Interpreta el fetichismo como un remedio a la sensación de inquietud e impotencia que siente el hombre frente a los acontecimientos de la naturaleza que no controla. “Su impotencia –escribe Brosses– lo inquieta y pone a trabajar su imaginación, que se empeña en formarse una idea de ciertos poderes superiores a los suyos, que hacen lo que él no puede hacer, desde el momento que conocen y dominan las causas cuyos efectos él no tiene el poder de determinar” (1760: 215). Por eso en las situaciones incontrolables, como el juego de azar, la guerra, la navegación, el hombre tiende a volverse cada vez más supersticioso porque, como observa V. Valeri, por una parte el temor lo empuja a trascender lo visible suponiendo la existencia de poderes invisibles; por otra sus sentidos lo empujan a fijar su atención en objetos visibles que él hace que representen las fuerzas que escapan a su control. Por lo tanto las situaciones extra- ñas, irregulares e impredecibles son las “divinizadas”, no las situaciones regulares y, así, controlable.
LA EXPLICACIÓN POSITIVISTA DE A. COMTE. Considera que el fetichismo es favorecido por el deseo de mantener una relación armoniosa con la naturaleza, por lo que cada vez que la reflexión racional percibe una desarmonía interviene la vida afectiva para imaginarla en forma fetichista. El fetichismo tiene, para Comte, tres características: es una forma de conocimiento empírico y no generalizante, tiende a buscar causas y no leyes, tiende a humanizar a la naturaleza para tratarla mejor. Por eso el fetichismo es lo contrario de la ciencia “positiva” que procede por generalizaciones, busca leyes y explica los fenómenos humanos a partir de los naturales, y no viceversa.
LA EXPLICACIÓN ECONÓMICO-SOCIOLÓGICA DE K. MARX. Interpreta el fetichismo como “una sutileza metafísica y un capricho teológico” que circula en la sociedad capitalista, en la cual, exactamente como en las sociedades arcaicas, los objetos no se consideran por lo que son (valor de uso), sino por lo que valen (valor de intercambio), o sea por su capacidad de permutarse con el oro o con el dinero que, como el maná de los primitivos, se difunde en los objetos, encubriendo su naturaleza intrínseca, “su cuerpo”, dice Marx, con el fin de hacerlos pura expresión de su valor económico. “Si se prescinde del valor de uso de las mercancías, se prescinde también de las partes constitutivas o formas corporales que les dan valor de uso. La mercancía, entonces, ya no es ni mesa, ni casa, ni hilo, ni otras cosas útiles. Todas sus cualidades sensibles se cancelan […] a favor de ese elemento común que se manifiesta en la relación de intercambio que es el valor” (1867-1894: 70). Tal como el maná que los primitivos atribuían a los objetos y a los animales cancelaba su naturaleza de objetos o de animales, para volverlos simples manifestaciones de esa fuerza mágica, el “valor” económico que el mercado de las sociedades capitalistas atribuye a las mercancías cancela su verdadera naturaleza, que con todo se manifiesta en el valor de uso, para volverlas simples signos de ese equivalente general que el oro y el dinero se encargan de expresar. El fetichismo, por lo tanto, no es la sacralización de este o aquel objeto, sino la sacralización del sistema que, generalizando el valor de intercambio, neutraliza la naturaleza de los objetos, para difundir el valor económico. Cuanto más “sistemático” se vuelve el sistema, más se refuerza la fascinación del fetichismo, por la imposibilidad de llegar al objeto sin pasar por su valor, que es “artificial”, porque en el fetichismo las que hablan no son las cosas sino el código que las expresa a todas porque en todas se expresa.
LA EXPLICACIÓN PSICOANALÍTICA DE S. FREUD. Vincula el fetichismo a la angustia de castración (v.) que se manifiesta cuando el niño, a la vista del órgano sexual femenino, descubre que “la mujer no posee pene” (1927: 492). En este punto el niño adopta el fetiche como sustituto del falo, eligiendo el objeto de la impresión previa a la experiencia traumática, hacia la que manifiesta dos actitudes opuestas: ternura y hostilidad, indicio de una escisión del yo (v. escisión, § II, 2). Por lo tanto el fetichismo, como observa Valeri, no es una alucinación, porque no altera la representación sino que repudia la realidad. “En el conflicto entre la importancia de la percepción indeseada y la fuerza del contradeseo [con el fetiche] llegó a un compromiso” (1927: 493). Por diferentes que sean, estas interpretaciones tienen en común la concepción del fetiche como un objeto constituido por una relación contradictoria con la realidad pero que no impide –sino que vuelve posible y soportable– una representación verdadera, a pesar de que la realidad subyacente sea inquietante, incontrolada o indeseada.
BIBLIOGRAFÍA: Baudrillard, J. (1972); Brosses, C. de (1760); Comte, A. (1830-1842); Freud, S. (1927) Freud, S. (1938); Lévy-Bruhl, L. (1935); Marx, K. (1867-1894); Mauss, M. (1950); Tylor, E.B. (1871); Valeri, V. (1979).

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