Capacidad de experimentar emociones (v.), que puede ser escasa, normal o excesiva, según la forma y la intensidad de reacción del individuo a los diferentes estímulos que recibe.
Presente en diferentes niveles en cada individuo, cuando resulta preponderante respecto a otros rasgos del carácter se habla de “personalidad emotiva”, caracterizada por un exceso de reacciones a los estímulos y fragilidad psíquica, con la consiguiente dificultad para la adaptación socioambiental. En este campo es decisiva la categoría de la intensidad, porque los estados emotivos moderados son generalmente tónicos y saludables, mientras que los más fuertes tienen consecuencias debilitantes y desintegradoras. Investigaciones experimentales que llevaron a cabo R.M. Yerkes y J.D. Dodson demostraron que cuanto más difícil es la tarea a desarrollar tanto mayor es el efecto disgregador de la intensidad emotiva. Las diferencias emotivas individuales de carácter permanente se manifiestan con el temperamento (v.), las transitorias con el humor (v.). Los estados emotivos persistentes pueden provocar enfermedades psicosomáticas, al igual que una represión excesiva o la supresión de la vivencia emotiva (v. psicosomática, § II).
BIBLIOGRAFÍA: Riva, A. (1972); Yerkes, R.M. y J.D. Dodson (1908).