Forma de agresión típicamente humana que no responde a finalidades defensivas o reactivas, sino a la necesidad de aniquilar hasta a uno mismo. Al respecto existen dos interpretaciones: la de S. Freud, que ve en la destructividad una manifestación pulsional, y la de E. Fromm, que ve una manifestación cultural.
FREUD: LA DESTRUCTIVIDAD COMO MANIFESTACIÓN PULSIONAL. Partiendo de la hipótesis de que “existen dos clases de pulsiones de diferente naturaleza: las pulsiones sexuales entendidas en el sentido más lato –el Eros, si prefieren esta denominación– y las pulsiones de agresión, cuya meta es la destrucción,” (1932 [1976: 95]), Freud introduce el concepto de pulsión de destrucción que justifica así: “Tras larga vacilación y oscilación, nos hemos resuelto a aceptar sólo dos pulsiones básicas: Eros y pulsión de destrucción. (La oposición entre pulsión de conservación de sí mismo y de conservación de la especie, así como la otra entre amor yoico y amor de objeto, se sitúan en el interior del Eros.) La meta de la primera es producir unidades cada vez más grandes y, así, conservarlas, o sea, una ligazón (Bindung); la meta de la otra es, al contrario, disolver nexos y, así, destruir las cosas del mundo. Respecto de la pulsión de destrucción, podemos pensar que aparece como su meta última trasportar lo vivo al estado inorgánico; por eso también la llamamos pulsión de muerte. Si suponemos que lo vivo advino más tarde que lo inerte y se generó desde esto, la pulsión de muerte responde a la fórmula consignada, a saber, que una pulsión aspira al regreso a un estado anterior. […] Mientras esta última produce efectos en lo interior como pulsión de muerte, permanece muda; sólo comparece ante nosotros cuando es vuelta hacia afuera como pulsión de destrucción. Que esto acontezca parece una necesidad objetiva para la conservación del individuo” (1938 [1976: 146, 147-148]
FROMM: LA DESTRUCTIVIDAD COMO MANIFESTACIÓN CULTURAL. Fromm rechaza la distinción freudiana entre pulsiones de vida y pulsiones de muerte, y acepta la postura etológica de K. Lorenz. Distingue así entre agresividad benigna, biológicamente adaptativa, y agresividad maligna o destructividad, producto puramente cultural, porque lo que en ésta se manifiesta es “la vida que se dirige contra sí misma con la intención de darse un sentido” (1973: 27). Esta conexión entre “destructividad” y “sentido” lleva a concebir la primera como un acontecimiento cultural, por lo que Fromm considera que debe proponer “el término ‘agresión’ para la agresión defensiva, reactiva, biológicamente adaptativa, y ‘destructividad’ para la propensión específicamente humana a destruir y a buscar el control absoluto” (1973: 12). “Por ser específicamente humana, y no derivada del instinto animal, la destructividad no contribuye a la sobrevivencia fisiológica del hombre, sino que es un elemento importante de su funcionamiento mental. Es una de las pasiones potentes y dominantes en ciertos individuos y culturas, y no en otros. Es una de las posibles respuestas a exigencias psí- quicas radicadas en la existencia humana y se origina en la interacción de varias condiciones sociales con las necesidades existenciales del hombre” (1973: 278). Entre las figuras eminentes de la destructividad tanto Freud como Fromm señalan la guerra (v.), interpretada a partir de sus respectivas posiciones teóricas.