El término, que literalmente significa “tradición” en la acepción hebrea de “recepción” de las cosas divinas, designa la mística hebrea que se propone tomar el aspecto más profundo y auténtico de la ley, más allá de su significado exterior y puramente legalista.
Con este fin la Cábala utiliza métodos y técnicas complejos que hacen referencia al simbolismo atribuido a las letras del alfabeto hebreo y a su valor numérico. Según el Sefer yezirá o Libro de la creación (sec. III-VI) Dios habría procedido a la creación mediante las 32 vías constituidas por 10 sefirot o números primordiales y por las 22 letras del alfabeto hebreo, en las que encuentran su expresión simbólica los elementos últimos de las cosas. De aquí la importancia de la ciencia de las combinaciones de las letras tratada en el Sefer zohar o Libro del esplendor (sec. XIII) donde están expuestas las tres técnicas más utilizadas: el notaricon, donde cada una de las letras de una palabra se utiliza como inicial de otra palabra, la guemetría que instituye equivalencias de significado entre palabras formadas por letras cuyos valores numéricos dan sumas iguales, y la temurá, que consiste en trasponer las letras que componen una palabra para obtener otra que tiene con la primera una exacta relación de oposición. Esta “vía de los nombres”, como afirma el Sha’aré zedec que cita G. Scholem, dice que “cuanto más incomprensibles sean éstos tanto más alto es su rango, hasta que se llega a la actividad de una fuerza que ya no se somete a tu control, sino que más bien tiene bajo su control a tu intelecto y tu pensamiento” (1957: 205). La cosmología cabalística, que concibió la relación entre Dios y el mundo como un proceso de emanación del En-sof infinito hacia las criaturas a través de los sefirot, fue reformulada por Y. Luria (1534-1572) en términos de contracción o movimiento hacia dentro, por lo que “Dios se vio obligado a hacer lugar en el mundo, abandonando una región de sí mismo”. La psicología cabalística considera al hombre animado por la nefesh o vitalidad animal que nace con el cuerpo y lo habita hasta la muerte dirigiendo todas las manifestaciones psicofísicas, desde el ruaj que se despierta en el hombre que se enalteció por encima de su aspecto puramente vital, y de la neshamá o chispa divina que es “una parte de Dios allá arriba”. A esta chispa (Seelenfunkeln) hace referencia S. Freud, quien habla de ella como de la “fuerza pulsionante –‘il primo motore’– de todo obrar humano” (1910 [1976: 69-70]). Esto permite a H. Bloom realizar un acercamiento entre la Cábala de Luria y el psicoanálisis de Freud (1975: 45), sobre todo por lo que se refiere al zelem que mantiene unidos el alma y el cuerpo, determinando la personalidad de cada individuo en la forma enigmática en que nuestro cuerpo reacciona ante nuestra alma, y nuestra alma ante el cuerpo al que está unido: “El zelem –escribe Bloom– es el principio de la individualidad del que está dotado todo ser humano, la configuración o esencia que es exclusivamente suya” (1975: 75). Este motivo individualizador permitió también comparaciones con la psicología analítica de C.G. Jung respecto al proceso de individuación (v.) y a la sicigia (v.) masculina-femenina. Para la Cábala, en efecto, todo alma está constituida por un elemento masculino y uno femenino que sólo después del descenso al mundo se escinde, configurándose como exclusivamente masculina o femenina, para después reconstituirse